jueves, 31 de marzo de 2011

La Estructura de las Revoluciones Científicas [1]



                En este apartado se desarrollará de forma breve y esquemática un análisis del libro con mayor influencia de Thomas Kuhn, el ya citado La estructura de las revoluciones científicas. El autor traza un bosquejo de lo que es la ciencia totalmente distinta a lo que se puede encontrar en los registros históricos hechos hasta ahora.
La historia de la ciencia se convierte en una disciplina que relata y registra esos incrementos sucesivos y los obstáculos que ha inhibido su acumulación. Entonces el historiador tiene dos tareas fundamentales, la primera establecer en qué momento fue inventado y descubierto cada hecho, ley o teoría científica contemporánea, y por otra parte debe describir el conjunto de errores, mitos y supersticiones que impidieron la acumulación más rápida de información.
El principio de que las teorías anticuadas no dejan de ser científicas porque han sido descartadas, hace difícil poder considerar el desarrollo científico como un proceso de acumulación. Las primeras etapas del desarrollo de las ciencias se han caracterizado por una competencia continua entre una serie de concepciones distintas de la naturaleza, cada una de las cuales se derivaba parcialmente de la observación y del método científico, y hasta ciertos puntos todos eran compatibles entre ellas. Pero por sí solas no pueden determinar un cuerpo particular de tales creencias, sino que derivan también de elementos arbitrarios tales como incidentes históricos y personas.
El capítulo dos explica detalladamente qué es la ciencia normal y en qué se caracteriza. La ciencia normal, significa investigación basada firmemente en una o más realidades científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior. Esas realizaciones son relatadas, aunque raramente en su forma original, por los textos de libros científicos, tanto elementales como avanzados. Estos exponen el cuerpo de la teoría aceptada e ilustran muchas o todas sus aplicaciones apropiadas y comparte y comparan estas con experimentos y observaciones de condición ejemplar.
Antes de que esos libros se popularizaran, a comienzos del siglo XX, muchos de los libros clásicos de ciencia desempeñaban una función similar sirviendo para definir los problemas y métodos legítimos de un campo de la investigación para generaciones sucesivas de científicos. Estaban en condiciones de hacerlo así, por 2 características fundamentales: por un lado la carecía de precedentes, como para atrae a un grupo duradero de partidarios, alejándolos de los aspectos de competencia de la actividad científica. Por el otro Simultáneamente eran lo suficientemente incompletas para dejar muchos problemas para ser resueltos por una red limitada de grupo de científicos.
Las realizaciones que compartes estas dos características se llaman Paradigmas, y este término está muy relacionado con la ciencia normal. La gente cuya investigación se basa en paradigmas compartidos están sujetos a las mismas reglas y normas para la práctica científica. El historiador tendrá la posibilidad de seguir la pista al conocimiento científico de cualquier grupo seleccionado de fenómenos relacionados, tendrá la posibilidad de encontrarse con alguna variante menor de un patrón que ilustramos aquí a partir de la historia de la óptica física. La transición sucesiva de un paradigma a otro por medio de la revolución es el patrón usual de desarrollo de una ciencia madura.
Exceptuando a las matemáticas o la astronomía, cuyos paradigmas vienen de época prehistórica, la bioquímica, que aparece de la conjunción de especialidades, la mayor parte de paradigmas existente hoy existen son recientes, como la química de Boyle. Por ello, todos los enunciados que puedan ser coherentes en su desarrollo, cuentan con la misma importancia ante la falta de paradigmas en la ciencia.

            La original acumulación de datos solía ser fortuita, gracias a la observación y experimentación casual y los datos esotéricos procedentes de artesanías como la medicina o la confección de calendarios. Los informes que se guardan del siglo XVII hablan de hechos que con el tiempo resultarían reveladores pero muy complejos en ese momento como para integrarlos en una teoría. Por ejemplo, que las granzas (impurezas presentes en un bloque de metal) atraídas a una varilla de vidrio frotada, son despedidas nuevamente, lo que se entendía como un fenómeno mecánico en lugar de eléctrico. Tampoco hay tiempo para ser crítico con esta recogida de datos, produciéndose una yuxtaposición entre las historias naturales, como es el caso de caso de la óptica geométrica, sin guía teórica alguna. Así, la aparición de la tecnología será fundamental pues ya no se llega al conocimiento de manera espontánea, sino de forma unívoca. 
Ninguna historia natural podrá interpretarse sin mantener un cauce de creencias metodológicas que posibiliten la selección, la evaluación y la crítica. Este es el requisito básico en las primeras escuelas  nacidas en los albores del desarrollo de la ciencia moderna. De no tenerlo, lo daría un recurso del exterior, como la metafísica u otra ciencia. Sin embargo, estas diferencias desaparecerían por el triunfo del paradigma, que implicaría una definición más regida del campo de estudio (un ejemplo es la concepción de que la electricidad era un fluido, por lo que se consideró la importancia de la conducción). Quienes no deseen seguirlo, deberán trabajar en solitario o con otro grupo.
            Consecuencia de la nueva definición aportada por el paradigma es que no se tiene que volver a explicar las bases conceptuales que sostienen una teoría. El científico se limitará a escribir un artículo en el que describa los hallazgos conseguidos.

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